30/4/25

Siempre como culebra pero a veces.

 


Hay días en que me nace un pájaro descompuesto en el pecho,

con las alas hechas de cuchillos lentos

y un canto que raspa desde adentro.

Entonces todo se precipita como si el mundo

recordará de golpe su deseo de caerse.

Entonces cualquier edificio en mí

se despinta, se descascara,

se raja como un reloj que ya no quiere medir nada,

y necesita, sí, necesita

desparramarse,

abrir su osamenta en mil piezas erradas,

caer, estallar, abarcar más,

como si romperse fuera su forma unica de multiplicarse.

Entre esquirla y escombro,

un soplo de botella, parido por la boca de un pozo,

que entra como aguja sin hermanos,

que duele por ausencia,

aire con memoria de incendio.

Y este, ese otro que a veces uso como abrigo,

se me va por las costuras del pecho,

nómada,

carroñero desenterrando una planicie de hoyos

la trampa donde se piensa

Y entonces,

cuando el cielo se arremanga como si fuera a boxear con los planetas,

cuando las nubes se ensartan como botones en un saco del revés,

y cada una lleva dentro una fábula a punto de pudrirse,

cuando los hierros —esos flacos del vértigo—

se zambullen entre las plantas

algo se despega,

un párpado seco del día,

una costra que cruje como si el tiempo tuviera caspa,

y un puñado de motas, sucias, groseras, desobedientes,

empiezan a subir como si no hubiese cielo

late como un corazón de insecto dentro de un tambor de luz.

vomitando limoneros

describiendo el murmullo eléctrico que mastica relámpagos

con dientes rotos,

y los tanques del trueno bailan en puntas de pie

sobre la espalda pelada del derrame…

ahora solo queda escuchar.



                                                                                                                   Serpiente Arayeyo

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ahora ya conoces el camino!

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