A veces todavía al sentir el aroma a duraznos y ciruelas blancas, vienen a mí memoria tiempos de navidad, en donde el olor a pasto recién cortado me trae al verano y con él, el perfume a pólvora que quemamos comprada por la venta de vidrios de sidra, allí, el niño que fui con el ruido de los talones corriendo del piso febril de diciembre, deja en mis manos una bolsa de bolitas…y las preguntas que hacen de mí.
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Somos de la generación en donde de las costumbres familiares quedaban algunas reminiscencias nada más, sobretodo para las fechas festivas…
En casa teníamos pocas costumbres familiares:
Cuando llegaba papa se veía lo que el dispusiere (noticioso)
A las diez de la noche debíamos abordar la barca de nuestro sueño, sino papá nos conduciría robustamente al bote de emergencia de un solo cintarazo.
Para navidad escribíamos una carta a papá Noel, en donde descaradamente le mangueabamos algo de nuestro antojo sustentado por la infamia del buen comportamiento.
Lo que evidentemente no siempre resultaba.
Recuerdo volver del colegio a las corridas sacándonos el guardapolvo en el camino para tomar la leche,
Y mirar dibujitos…
Tengo efigies entalladas evoncado por ejemplo la muerte de mazinger z
Y cuando jugábamos a la guerra con armas producto de nuestra invención.
Jugábamos a la pelota en la calle y practicábamos puntería a gomera limpia con los vidrios de la fábrica del barrio, los karting eran para los conocedores, batimovil o el auto blanco del santo....
A veces nos demorábamos, o veníamos antes de lo acordado con cara de ocasión entonces nos sobrevenían los castigos de mamá, que sabìa leer con astucia y experiencia el brillo titilante de nuestro iris antes como ahora las consecuencias son inevitables.
Mamá nos esperaba en la puerta a un lado dejándonos el otro para que crucemos el portón.
-Pasa-no, no ¡me vas a pegar…!
-No, no te voy a hacer nada…y miraba con cara enrarecida.
-No, no por favor mamita,…
-Daleeeeee…
(Mama siempre ganaba esa puja)
Una vez cruzada la puerta uno pisaba suelo hostil y ella, mujer que entre tantos atributos tenía también, buena puntería, en su chancleta guardaba un arma de doble filo.
Durante el año cambiábamos muchas veces nuestro pedido al viejo santa, de acuerdo a las novedades que la TV nos encargaba. Pero a veces íbamos un poco más lejos…
Del lado de la calle de donde se puede ver como sale el sol vivíamos nosotros, de un lado vivía “micifuz” un viejo boludo…papa decía que llegar a viejo era un problema pero ser viejo y boludo significaba que tenias 2 problemas...
Del otro lado vivía, una señora viuda ex propietaria de un kiosco, de un español poco desarrollado y de un carácter peor.
Tenia unos tres o cuatro perros que ladraban por todo, no se de que marca, porque en ese entonces no se usaban esos perros que les hacen creer que son niños y que caben en un bolso.
Cuando un tiro libre se nos escapaba de la jurisdicción permitida debíamos ir hasta su verja al grito de:
-¿Doñaa, me alcanza la pelota?-lo que en general no solía ser del todo satisfecho y los colgajos de nuestra pelota quedaban sin ton ni son a merced de sus incisivos caninos.
Esa navidad fue la última carta que le escribimos a papá Noel…con ese último deseo…con esas ganas que solo los niños tienen.
Para nosotros un pedido a papa Noel era cosa seria, de una economía sencilla y de un futuro para otros, mamá soñaba con nuestro titulo en medicina y papá, con que seamos laburadores y buenos tipos.
Eran tiempos duros, las últimas fiestas nos habían dejado un saldo de calzoncillos y medias.
Nuestra última carta fue desde el enojo, porqué la pobreza cansa y porque todo niño tiene derecho a un futuro.
-que revienten los perros-le pedimos, fue un 23 de diciembre.
Nosotros concurríamos a la escuela número 45 pcia de buenos aires, Eva perón…a papá le encantaba.
Íbamos a buscar unas cajas con alimento que regalaba el gobierno, siempre recuerdo la polenta con gorgojos y el corned beef o “corneve”, papá decía que era el churrasco de los yanquis.
No sé porque, pero esperaron a último momento para sentarnos y decirnos la verdad.
Papa Noel se diluyó en las lágrimas mudas de mi hermano, yo intenté comprender eso de la ilusión que me explicó mamá. Y ese día no salimos a jugar.
Nos pareció una crueldad, yo me sentí un tonto, Yemen no pronunció ni una palabra. En un pequeño papel escribió algo en secreto, desde la decepción con un pequeño lápiz azul sin punta.
Quisimos desarmar todo pero mama nos persuadió de ello hasta el 26 por lo menos.
La cena fue paupérrima, mamá nos miraba, yo sé que algo le hacia lastimar de nosotros, las madres saben callar y pasar por el corazón al tiempo y al dolor.
Papá conversaba con un vino lo que nunca averigüé de él,…lo que nunca conocí. Quizás yo también tenga algo de león.
Salió a brindar con los vecinos en un rondín conocido, mamá fue a lavar los platos y comiendo turrón por el patio escuchamos ruidos como de arcadas, y nos asomamos.
De muy poca altura, de barba y pelo desgreñado, encorvado y gordo, eructando y bañado en secreción, sucio, y descalzo sin pestañar sus ojos encendidos uno a uno regando el sueldo al crujir con su mandíbula los pequeños animales de la vecina. No supimos que hacer y sólo miramos.
Le chorreaba por las comisuras un rojo destello y hacia ruido guturales, entre flatulencias y puteadas.
Los renos lamían el suelo, y agitado nos miró con la pera pegada al pecho sin incorporarse todavía y pestañó, acomodo su gorra roja después de saludarnos con ella en un gesto y se dejó ocultar por la tiniebla.
Así amaneció y Yemen estaba anómalo, para mí fue el último deseo y comencé a desamar los ornamentos.
Me tomó de la mano y me dijo: no, armemos el arbolito igual (y en su zapatito tenia su nota)
Quizás los reyes nos traen algo…
Dedicado a Resortin y al colocador |
Areyos
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